¿El viaje polar más extraordinario de la historia?
Esta es una historia de resistencia, de solidaridad, de supervivencia, de compañerismo, de cooperativismo, de concienciación, de responsabilidad, de reflexión y de compromiso. Espero que os ayude y acompañe durante estos días de confinamiento. Os iré escribiendo el relato de esta extraordinaria historia protagonizada por héroes y heroínas que acabaron siendo olvidados en muchas de las crónicas polares. Estoy convencido que esta aventura ártica dejará una huella indeleble en tod@s vosotr@s, al igual que el momento que estamos viviendo ahora como consecuencia de la pandemia del Covid-19. Como dicen los inuit: Ajurnamat!: «No merece la pena preocuparse por las cosas que no podemos cambiar». Sin embargo, ahora tenemos en nuestras manos la oportunidad de poder cambiar el mundo y espero que historias de supervivencia como la que os contaré nos ayuden a hacerlo. Empecemos pues por el principio…
1.- Una decisión sorprendente para un proyecto ambicioso
Corrían los días de primavera del año 1871, cuando el presidente norteamericano Ulysses S. Grant, y para sorpresa de muchos, eligió de forma oficial a un hombre anárquico, periodista de profesión, huidizo de la jerarquía y mandos militares y sin conocimiento alguno de navegación ni de manejo de barcos, para comandar una expedición al Polo Norte Geográfico: este hombre se llamaba Charles Francis Hall.
Y a pesar de que Hall tenía experiencia en el Ártico y que se había curtido y endurecido en las regiones polares en los últimos años, no era, ni mucho menos, la persona idónea para dirigir esta expedición. Sin embargo, sí que había algo que lo distinguía de otros exploradores predecesores y contemporáneos a él, y que en el futuro sería de suma importancia para lograr el éxito en las expediciones polares: contaba con la inestimable ayuda y colaboración de los inuit, de los que pensaba que eran fundamentales para alcanzar el Polo Norte Geográfico, y sabía que sin ellos, difícilmente lo conseguiría…
De esta forma, Hall se avanzaba a muchos exploradores en su manera genuina y lógica de pensar, sin embargo le faltaba el carácter suficiente y necesario, y la firmeza en sus decisiones, para convertirse en un gran explorador. Su propia tumba ya estaba cavada, antes incluso de su partida hacia el Polo Norte Geográfico. La gesta de esta aventura quedaría para otros y solo la historia y el Ártico tendrían un hueco para él…
2.- Una expedición estrambótica al Polo Norte
Aunque el objetivo principal de la expedición era alcanzar el Polo Norte Geográfico, el Gobierno de los Estados Unidos quería que también se efectuasen estudios minuciosos sobre las regiones polares, haciendo hincapié en las observaciones astronómicas (cuatro al día) e incluyendo las auroras boreales, experimentos con el péndulo para determinar la fuerza de la gravedad en las diferentes latitudes, y la variación e inclinación de las agujas. Igualmente se debían medir las mareas, las corrientes, el dragado del fondo marino, la densidad del agua del mar, los sondeos, la temperatura, la presión del aire, la humedad, la fuerza del viento, las características de la nieve, la trayectoria y velocidad de los glaciares, la frecuencia de los meteoros y un largo etcétera. No se debían escatimar esfuerzos en estos estudios científicos, y se debía dejar todo por escrito de la forma más transparente posible y con conclusiones irrefutables.
Por supuesto un viaje con dos objetivos diferentes, pero complementarios a la vez, implicaba asimismo dos tipos de tripulaciones distintas: exploradores y científicos. Esta mezcla resultaría ser explosiva y acabaría protagonizando algunos enfrentamientos que rozarían la tragicomedia y que quedarían reflejados en escenas esperpénticas .
Testigo de estas disputas sería el USS Periwinkle (su nombre original era el America), el barco escogido para esta expedición al Polo Norte Geográfico. Sin embargo, este navío que anteriormente había servido como cañonera durante los últimos meses de la Guerra de Secesión, cambió su nombre a la vez que modificaba también su objetivo. El USS Polaris pasaba de ser un buque de guerra a convertirse ahora en un barco de 383 toneladas al servicio de una expedición científica al Ártico y comandada por Charles Francis Hall.
Si escoger el barco había sido relativamente fácil, mucho más difícil fue la elección de su tripulación, todo un rompecabezas de nacionalidades y culturas distintas, profesiones diferentes y con multitud de egos. Un total de veinticinco personas fueron escogidas para formar parte de la tripulación, aunque Hall se guardó un «As» en la manga, para asegurar el éxito de la expedición. Un mal comienzo para un peor desenlace.
Para empezar, Hall prefirió alistar a hombres de confianza procedentes de barcos pesqueros y que ya habían navegado con él a las regiones polares, antes que elegir a oficiales y marineros de la Armada estadounidense. Su viejo amigo Sidney O. Budington sería el capitán, y George Tyson fue contratado como navegante. Igualmente se eligieron algunos militares para llevar tareas científicas como fue el caso de Hubbard Chester como primer oficial, William Morton, el segundo oficial y Richard Bryan, que realizaría las tareas completamente opuestas de astrónomo y capellán de la expedición. Tanto Budington como Chester y Tyson habían comandado expediciones al Ártico y eran expertos en navegar por mares polares.
A estos hombres se unieron un grupo de marineros alemanes encabezados por Emil Bessels, el jefe científico de la expedición, además del meteorólogo Frederick Meyer (inicialmente Hall le asignó la tarea de llevar el diario oficial del barco, lo que motivó una fuerte discusión con Bessels) y el jefe de maquinas Emil Schumann.
En conclusión, marineros, militares, balleneros y científicos formaban parte de esta expedición y encima de dos nacionalidades distintas. Y por si esto no fuera suficiente, además, algunos de los alemanes no entendían el inglés. Y con este panorama, lo que acabó sucediendo era de prever, la tripulación quedó dividida desde el inicio del viaje, entre exploradores, científicos y balleneros y entre alemanes y estadounidenses. Aunque las cosas se complicarían aún más con la llegada de unos invitados inesperados, ese «As» en la manga que se guardaba Hall y que sería fundamental en el devenir de esta expedición. Faltaba pues, una última pieza del rompecabezas, y la suerte estaría echada…
3.- Unos invitados sorpresa
Viendo Charles Francis Hall que su objetivo de alcanzar el Polo Norte Geográfico podía resultar una misión complicada y difícil, quiso no solo rodearse de hombres experimentados en las regiones polares y que fueran de su confianza, sino que buscó también la seguridad que le podrían proporcionar personas cuyo hábitat natural fuera el mismísimo Ártico. En este sentido, Hall se adelantó a otros exploradores que le habían precedido, y tomó una decisión que no solo cambiaría el curso de esta expedición, sino también de las posteriores exploraciones árticas: contrató a una familia inuit de Tierra de Baffin, Tookoolito (Hannah) y su marido, Ipiirvik o Ipiirviq (Joe). Pero estos «esquimales domesticados» como a veces se referían a ellos, no eran unos completos desconocidos para el propio Hall.
Taqulittuq o Tookoolito nació en Cape Searle, en Cumberland Sound o Qikiqtaaluk Region, en Tierra de Baffin, alrededor de 1838. Por su parte, Ipiirvik también conocido como «Eskimo Joe» y «Joseph Ebierbing» nació en Qimmigsut, frente a la costa sur de Cumberland Sound, alrededor de 1837. Ambos fueron aprendiendo el inglés gracias a la presencia de balleneros en la región, y este aspecto fue fundamental para sus futuras participaciones en expediciones árticas. En algún momento, antes de 1853, se casaron Taqulittuq e Ipiirvik según la costumbre inuit.
En 1853, Taqulittuq, Ipiirvik y un niño que no era familiar de la pareja, llamado Akulukjuk («Harlookjoe»), fueron llevados al puerto de Hull, en Inglaterra, por un capitán ballenero llamado John Bowlby (a veces conocido también Thomas Bowlby). Los tres inuit fueron exhibidos en varios lugares del norte del país. Se les presentaba, ante los curiosos ingleses, como un matrimonio cristiano «esquimal» (término despectivo para referirse a los inuit pero que era el utilizado en aquella época).
Tras su periplo por tierras inglesas, finalmente fueron traslados a Londres, donde, gracias a Bowlby quien arregló el encuentro, fueron recibidos por la reina Victoria en el castillo de Windsor. Taqulittuq e Ipiirvik cenaron con la reina y el príncipe Alberto. De este singular encuentro, la reina Victoria escribió en su diario personal:
«…Son mis súbditos, muy curiosos y bastante diferentes a cualquiera de las tribus del sur o de África, con caras redondas muy planas, con una forma de ojos mongoles, una piel clara y un cabello negro azabache».
Taqulittuq e Ipiirvik estuvieron poco más de dos años en Inglaterra, durante los cuales fueron oficialmente convertidos al Cristianismo y adquirieron un dominio fluido del inglés. Bowlby se preocupó de que los tres inuit volvieran al Ártico, sanos y salvos. En junio de 1855 regresaron a Cumberland Sound, con el Capitán escocés William Penny (1809–1892), ballenero y explorador ártico que en 1840 había establecido la primera estación ballenera en el área de Cumberland Sound, en la isla Kekerten. Taqulittuq e Ipiirvik, a diferencia de otros casos precedentes, regresaban a casa.
Desde el siglo XVI, se habían dado ejemplos de algunos inuit que fueron llevados a Europa, en muchos casos forzados y/o engañados, para ser exhibidos luego en auténticos zoos humanos, y que en la mayoría de los casos, acabaron muriendo y siendo enterrados anónimamente en algunos cementerios del viejo continente. Tales fueron los ejemplos de Kalicho, Ingorth, Nutaaq (1577), Kuneling, Kabelau, Sigoko, Ihiob (1654) o Tooklavinia, Caubvick, Attuiock, Ickongoque, Ickeuna (1772).
El 2 de noviembre de 1860, a bordo del barco George Henry, precisamente Sidney O. Budington capitaneaba esta embarcación, el explorador Charles Francis Hall tuvo su primer encuentro con Taqulittuq e Ipiirvik, que los contrató como traductores y guías en su viaje de exploración para buscar los restos de Franklin y sus hombres. Hall, consideraba a Taqulittuq la persona clave en la búsqueda de esta trágica expedición.
4.- En busca de la expedición perdida de sir John Franklin
En 1845 una expedición dirigida por John Franklin (1786-1847) y compuesta por 129 hombres y dos barcos, el Erebus y el Terror, desapareció en el Ártico canadiense en algún lugar del Paso del Noroeste. Tras muchos años de búsqueda, en mayo de 1859 se confirmó la pérdida total de los barcos y del grupo, gracias a un documento encontrado, en un mojón en Victory Point (isla King William), por el teniente William Robert Hobson (1831-1880), miembro de la expedición de Francis Leopold McClintock (1819-1907). El escrito tenía una primera anotación del teniente Graham Gore y databa del 28 de mayo de 1847. En ella se decía que todo iba bien y que la expedición comandada por sir John Franklin había invernado en el hielo a latitud 70º 5’ N y longitud 98º 23’ O (frente a la costa de la isla King William). Además, decía el texto que habían pasado el invierno de 1846-1847 [este dato es erróneo, ya que en realidad la fecha era 1845-1846] en la Isla Beechey, tras haber remontado el canal de Wellington hasta la latitud 77º N y regresado por el lado oeste de la isla de Cornwallis. El segundo mensaje, escrito en el mismo documento, y dejado por los capitanes Crozier y Fitzjames el 25 de abril de 1848, explicaba que los barcos seguían atrapados entre los hielos en el mismo lugar, desde el 12 de septiembre de 1846. También indicaba que el 22 de abril de 1848 un total de 105 supervivientes de las tripulaciones habían abandonado los navíos y que el 26 de abril se dirigirían hacia el Sur, en dirección a Back’s Fish River, en la costa continental de Canadá, bajo el mando del capitán Crozier. Asimismo, informaba de la noticia que 24 miembros de la tripulación (nueve oficiales y quince marineros), incluyendo sir John Franklin (fallecido el 11 de junio de 1847), habían muerto.
Se cree que los últimos supervivientes lograron llegar hasta Starvation Cove (península de Adelaide), ya que allí se han hallado algunos restos humanos de los expedicionarios. Los inuit de la zona acabaron confirmando la tragedia, aportando más información sobre lo sucedido. En la actualidad se barajan varias hipótesis sobre el destino de Franklin y sus hombres. Se cree que una buena parte de la expedición falleció como consecuencia del envenenamiento por plomo (saturnismo) en la comida enlatada que, además, estaba en mal estado, lo que provocó que la tripulación también se viera afectada por la intoxicación de estos alimentos (botulismo). Esta teoría fue confirmada mediante las autopsias realizadas por el antropólogo Owen Beattie en algunos de los cuerpos encontrados de la expedición. También se han hallado pruebas de que muchos murieron a consecuencia del escorbuto y que algunos miembros de la tripulación practicaron el canibalismo. Si a esto le añadimos la mala planificación y unas condiciones climáticas extremas que se alargaron durante casi tres años, dan una idea de las causas que dieron lugar a uno de los mayores desastres de la exploración polar.
Charles Francis Hall llegaría a decir de Taqulittuq tras ese primer encuentro en el barco George Henry:
«Ella era Tookoolito, a quien yo deseaba conocer. Cuando conversaba con ella, siempre mostraba ser una persona muy hábil. Simple y dulce en sus formas había un grado de poder de tranquilidad intelectual en ella que me sorprendía».
Los inuit locales, en lugar de llevar a Hall a Starvation Cove o a la isla King William dónde hubieran podido hallar información sobre la expedición de Franklin, lo condujeron a un lugar en el que se encontraban algunos restos de la expedición de Sir Martin Frobisher, otro viaje que nos dejó también varios episodios trágicos en la historia de la exploración ártica…
5.- Sir Martin Frobisher, uno de los primeros raptos inuit de la historia y «el oro de los tontos»
El explorador inglés Martin Frobisher (1535-1594) dio a conocer al mundo a los inuit de la Tierra de Baffin. Organizó tres expediciones árticas en el transcurso de las cuales exploró las costas de Groenlandia, estrecho de Hudson e isla de Baffin, buscando siempre el Paso del Noroeste.
A finales de agosto de 1576, Frobisher se encontró con algunos nativos en la bahía que lleva su nombre, en la isla de Baffin. Mediante el lenguaje por signos pidió a los inuit intercambiar baratijas por un poco de carne y pieles. Se enviaron cinco marineros para comerciar con los indígenas y nunca más fueron vistos. Frobisher decidió entonces capturar a uno de los inuit con su kayak y llevarlo a Inglaterra. Durante el viaje, el indígena se mordió la lengua y se la cortó en dos al sentirse preso, aunque logró sobrevivir. Los londinenses quedaron maravillados al ver al nativo y su embarcación. Mostró su habilidad con el arco a la mismísima reina de Inglaterra e Irlanda, Elisabeth I, disparando sobre sus cisnes. El inuk murió de un resfriado poco tiempo después de su llegada a Europa.
En este primer viaje Frobisher también trajo consigo lo que creía que era oro, aunque resultó ser pirita, que es conocida hoy como «el oro de los tontos».
En 1577, Frobisher regresó al mismo lugar donde había perdido a sus cinco hombres. No los encontró, pero se llevó a Inglaterra a tres inuit más, una mujer, un hombre y un niño (Kalicho, Ingorth, Nutaaq respectivamente) siguiendo las instrucciones de la reina Elisabeth I, según las cuales debía traer de ocho a diez indígenas, tanto jóvenes como viejos, a los que jamás se les dejaría volver a su tierra natal. Los inuit murieron un mes después de su llegada a Londres.
En 1578, Frobisher regresó de nuevo a Meta Incognita como así denominó a este territorio «conquistado» de la Tierra de Baffin la propia reina Elisabeth I. La misión era establecer una colonia con 100 hombres y continuar buscando el ansiado oro. Sin embargo, la expedición de nuevo fracasó. Como consecuencia de una tormenta y la presencia de hielo en el denominado “estrecho” de Frobisher, se hundió una de las barcas que llevaba piezas de materiales para construir casas prefabricadas y una buena parte de provisiones. Además las discusiones y el enorme descontento hicieron acto de presencia en los miembros de la tripulación. El resultado fue un precipitado y avanzado regreso a casa, cargando con gran cantidad de mineral, que nuevamente resultó no ser oro sino simple pirita de hierro sin valor alguno. Finalmente este mineral fue utilizado para la construcción de algunas carreteras inglesas.
Entre 1861-1862, la expedición de Charles Francis Hall encontró los restos del intento de establecer una colonia por parte de Martin Frobisher y cartografió más de 1.600 km de costa hasta entonces desconocida por el «hombre blanco». Además se corrigió el error del explorador inglés que puso su nombre a un estrecho cuando en realidad se trataba de una bahía. Igualmente Hall recogió carbón y otras reliquias que había dejado Frobisher y las metió en sus calcetines viejos, así ningún inglés podría en duda sus descubrimientos. Y gracias a la labor de Taqulittuq e Ipiirvik pudieron recopilar buena parte de la tradición oral de los inuit acerca de esta expedición inglesa del siglo XVI. En este viaje de exploración, Taqulittuq trabajó principalmente como intérprete de Hall, mientras que Ipiirvik sirvió como guía y cazador. Además Hall se integró perfectamente a la vida de los inuit hasta el punto de ser considerado un miembro más de la familia. Hoy día sus diarios son de un gran valor antropológico a pesar de que no era antropólogo sino explorador.
Sin embargo el maravilloso mundo inuit y el encanto de estos habitantes del norte acabaron por desvanecerse con el tiempo. Poco a poco, y a medida que iba viendo como la desnutrición y la debilidad le estaban consumiendo, Hall empezó a ver defectos en sus amigos inuit. No soportaba su independencia ni tampoco su desobediencia y sin reflexionar que estaba en territorio de los inuit y que éstos no eran de su propiedad. Igualmente no aguantaba que fueran paganos y llegó incluso a recomendar la llegada de misioneros al Ártico para limpiar la región de impuros convirtiéndolos al Cristianismo. De esta manera, sus pensamientos le acercaban a los de otros exploradores y le alejaban del sentido común. Afortunadamente, para el desarrollo de esta historia, Hall acabaría cambiando de opinión y gracias a ello se salvarían muchas vidas, aunque no precisamente la suya.
6.- Tukerliktu y el viaje a los Estados Unidos
Durante la expedición en la que hallaron los restos del campamento de Sir. Martin Frobisher, Taqulittuq dio a luz su primer hijo: fue el 4 de septiembre de 1861. Le pusieron el nombre de Tukerliktu (o Tukeliketa según algunas fuentes), que significa «pequeña mariposa». Sin embargo, entre los exploradores, Tukerliktu acabaría siendo más conocido como «Johnny».
Tras este viaje de exploración, Charles Francis Hall regresó a los Estados Unidos en verano de 1862 acompañado de Ipiirvik, Taqulittuq y el hijo pequeño de ambos, Tukerliktu. Una nueva aventura les esperaba a esta familia inuit, en un mundo que no era el suyo y donde no serían vistos como «inuit», que significa «seres humanos», sino como una gentes exóticas llegadas del Ártico, y convirtiéndose en una presa fácil para la opinión pública.
Hall pretendía exhibir a los inuit por Nueva York para recaudar así dinero para su próxima expedición. Estaba convencido que si los inuit, a través de su tradición oral, eran capaces de recordar la estancia de Martin Frobisher en sus tierras, también podría suceder lo mismo con los inuit que vivían en los alrededores de la isla King William, en el caso de la expedición de Franklin. Sin embargo, cuando Hall llegó a Estados Unidos se encontró que el país estaba sumido en plena Guerra de Secesión. Necesitaba unos 20.000 dólares para hacer un nuevo viaje pero no podría conseguirlos del filántropo neoyorquino, y uno de los fundadores y primer presidente de la American Geographical and Statistical Society, Henry Grinnell (1799-1874). Grinnell acababa de patrocinar este viaje de Hall, en busca de los restos de la expedición de Franklin, pero ahora su economía se había debilitado como consecuencia del conflicto bélico estadounidense. Por lo tanto, a Hall no le quedaba otro remedio que embarcarse en un ciclo de conferencias y en la publicación de su diario de expedición para conseguir fondos para realizar un nuevo viaje. Sin embargo, ambas cosas las detestaba, no le gustaban los auditorios y aborrecía la escritura. Pero si quería regresar al Ártico debería tragarse el orgullo y buscar los medios necesarios para llevar a cabo su empresa.
Mientras escribía su libro Arctic researches, and life among the Esquimaux, en el que se recogían sus memorias árticas durante la expedición en busca de Franklin entre los años 1860 y 1862, Hall empezó un ciclo de conferencias y acompañado por Ipiirvik, Taqulittuq y Tukerliktu, cuyos testimonios le ayudarían a ganar aún más dinero. Igualmente organizó una exhibición con la familia inuit que duró dos semanas en el Museo Americano de Barnum, en Nueva York. Este acto anunciado como «…indios esquimales de las regiones árticas… los únicos habitantes de esas regiones congeladas que han sido traídos a los Estados Unidos» atrajo a mucho público. Poco tiempo después Hall tuvo la oportunidad de organizar una segunda exhibición en el Aquarial Gardens de Boston. Pero al no realizarse ningún pago, y al ver que el calor estaba molestando muchísimo a los inuit, decidió que no valía la pena continuar exhibiéndolos.
Sin embargo, Hall se llevó a Ipiirvik, Taqulittuq y Tukerliktu en su gira de conferencias por la costa este de Estados Unidos durante los primeros meses de 1863. Pero una desgracia cayó sobre el matrimonio inuit, como una losa que aplastaría sus almas hasta el fin de sus días. El 28 de febrero de 1863 el pequeño Tukerliktu moría de neumonía y como resultado de una gira muy intensa con horarios realmente agotadores.
El pequeño Tukerliktu fue enterrado en el cementerio de Groton, en Connecticut. Este suceso sumió en la más absoluta depresión a Taqulittuq quien intentó suicidarse para así reunirse con su hijo: enfermó hasta casi llegar a conseguirlo. Sin embargo, tiempo después reunió las fuerzas suficientes para seguir la tradición de su pueblo y pudo llevar los juguetes de Tukerliktu a su tumba. Poco a poco, Taqulittuq fue recuperando su salud y con ello también las ganas para embarcarse en una nueva expedición hacia el Norte. Pronto tuvieron su oportunidad.
En junio de 1863, Sydney Budigton y Hall se discutieron ya que el primero quería coger a los inuit y embarcarlos en un barco ballenero que se dirigía a la isla de Baffin, para que así pudieran regresar a su tierra natal. Hall se negó, quería que los inuit continuaran con él, los necesitaba; y de esta forma ambos exploradores se enemistaron. Ipiirvik y Taqulittuq deberían esperar un poco más para poder regresar al Ártico, que tanto añoraban y del que tan distante estaban ellos ahora.
7.- Una nueva expedición al Ártico en busca de Franklin
Charles Francis Hall quería regresar al Norte, necesitaba el Ártico al que consideraba «su hogar». Sin embargo, la situación se había vuelto ciertamente difícil. Ni las conferencias, las cuáles aborrecía, ni el diario de expedición, que maldecía cada vez que debía ponerse a escribirlo, estaban dando los frutos deseados. Esta situación había sumido en una depresión muy profunda al propio Hall, y veía como el tiempo pasaba, y con él se iban desvaneciendo sus sueños; pero un año después su suerte cambió. Fue como un rompecabezas financiero y cada pieza que iba encajando procedía de diferentes fuentes: Henry Grinnell puso una parte y también hicieron lo propio los amigos de éste. Las subscripciones públicas, organizaciones científicas y el dinero que el mismo Hall pudo aportar de su propio bolsillo, completaron el puzle monetario suficiente para llevar a cabo una nueva expedición en busca de Franklin y sus hombres.
El 30 de junio de 1864, Charles Francis Hall escribía a bordo del barco ballenero Monticello el prefacio de su libro Arctic researches, and life among the Esquimaux, que se acabaría publicando al año siguiente en Nueva York. Un día después, precisamente cuando se conmemoraba el primer aniversario de la Batalla de Gettysburg, Hall puso rumbo hacia el Norte, para regresar de nuevo al Ártico. Y muy probablemente dicha fecha no fue escogida al azar. La Batalla de Gettysburg fue el combate terrestre con más bajas; se estima que cerca de 50.000 personas perdieron la vida en esta batalla de la Guerra Civil estadounidense. Se libró entre el 1 y 3 de julio de 1863 alrededor del pueblo de Gettysburg, en Pensilvania. Esta ofensiva bélica se considera el punto de inflexión de la Guerra de Secesión y supuso una gran victoria para el Ejército Federal o de la Unión frente al Ejército de los Estados Confederados que acabaría perdiendo la guerra casi dos años después: la última batalla fue peleada en Palmito Ranch (Texas) el día 13 de mayo de 1865. Pero Hall ya no estaría presente para ver su desenlace final ya que no regresó a Estados Unidos hasta cinco años después de su partida.
Y como no podía ser de otra manera, para esta segunda expedición se llevó consigo a sus imprescindibles «amigos» inuit: Ipiirvik y Taqulittuq.
La expedición tomó rumbo al Ártico, hacia Naujat (Repulse Bay), al norte de la bahía de Hudson. Durante cuatro años estuvo Hall conviviendo con los inuit Iglulik, en el área de Roe’s Welcome Sound, cerca de la isla de Southampton. Su estancia con estos inuit fue muy dura. Cayó enfermo, le volvieron a parecer granos como ya sucedió en su anterior viaje al Ártico. Incluso tuvo un absceso en el ojo derecho. La carne de foca le provocaba estreñimiento mientras que la carne de ballena le daba diarrea. Los inuit con los que convivía en sus iglús apenas le hacían caso, frustraban sus intenciones de encontrar los restos de Franklin y se negaron a cooperar para llevarlo a la isla King William, donde supuestamente podrían encontrar nuevas pistas de esta expedición británica desaparecida hacía casi veinte años. Las pocas visitas que recibía del «hombre blanco» era la de los balleneros, y el resto del tiempo tuvo que lidiar con una vida de incomodidades, sufrimientos e incomunicación.
A finales del verano de 1865 se hizo evidente para todos que Taqulittuq estaba embarazada. Finalmente, el 16 de septiembre dio a luz un niño al que Hall le puso el nombre de «King William» aunque acabaría refiriéndose siempre a él como el «Pequeño Rey Guillermo». Poco tiempo después, el 31 de marzo de 1866, Hall decidió que ya era momento de intentar llegar a la isla King William. Ipiirvik, Taqulittuq y King William junto a tres familias inuit más, con un total de 5 niños, formaban el contingente nativo. Sin embargo, tras una gran tormenta ártica que afectó de pleno al grupo, el pequeño King William cayó enfermo. A pesar de ello, el grupo continuó su marcha pero el hijo de Ipiirvik y Taqulittuq fue empeorando. Hall intentó curarlo con medicina occidental para superar una neumonía, pero este remedio no funcionó. Uno de los miembros del grupo inuit llamado Nukerzhoo, que declaró ser un chamán («angakoq»), y ser capaz de combatir los tabúes infringidos para salvar al bebé también fracasó. Finalmente, Taqulittuq, sabiendo que si regresaba ella y su marido, el resto de los inuit abandonarían a Hall, decidió continuar. Sin embargo, tras encontrarse el grupo con unos inuit de Pelly Bay y ver que éstos no podían ayudarle a obtener más información sobre Franklin y sus hombres, Hall decidió regresar a Naujat: estaba abatido y se sentía fracasado. Durante el camino de vuelta, King William fue empeorando. Finalmente, el 13 de mayo de 1866 murió en los brazos de su madre. Taqulittuq acababa de perder a dos hijos en poco más de tres años. De nuevo la tragedia golpeaba con fuerza a Ipiirvik y Taqulittuq, el dolor les acompañó por partida doble el resto de sus vidas. Pocos seres humanos son tan fuertes como para poder soportar la pérdida de un hijo, y en este caso de dos. Pero los inuit son un pueblo capaz de vivir en un lugar donde es tan fácil la muerte como difícil la vida. Y aunque jamás superaron la pérdida de sus hijos, Ipiirvik y Taqulittuq, supieron luchar y sobrevivir a todos los obstáculos que encontraron a su paso. Y con el tiempo se convertirían en los héroes del viaje polar más extraordinario de la historia.
En verano de 1868, Ipiirvik y Taqulittuq, adoptaron a una niña que había nacido en Iglulik, en julio de 1866 y que se llamaba Issigaittuq, aunque Hall en sus escritos haría referencia a ella como «Punna», pero también recibió los nombres de «Punny» y «Panik» que significa «hija»; en Estados Unidos adoptaría el nombre de «Sylvia Grinnell Ebierbing».
Por otra parte, del 31 de julio al 21 de agosto de 1868, se produjeron una serie de acontecimientos que cambiarían la vida de Hall para siempre. Éste había reclutado a cinco balleneros para que le acompañasen a explorar la península de Melville, donde según algunos rumores inuit se encontraban allí dos hombres blancos que quizá fueran supervivientes de la tripulación de Franklin. El explorador norteamericano, en un ataque de ira y mostrando su carácter irascible disparó a uno de los balleneros, Patrick Coleman, que estaba desarmado, por un «estallido de conducta amotinada». Coleman estuvo sufriendo durante dos semanas antes de morir, mientras Hall lo cuidaba. Ante esta situación, los otros balleneros huyeron y dejaron a Hall sin la oportunidad de formar un equipo con hombres blancos para intentar localizar a algunos de los supervivientes de la expedición de Franklin. Estaba solo de nuevo con los inuit para soportar un nuevo terrible invierno ártico, esta vez lleno de remordimientos que le devoraban por dentro y molestias físicas que le iban debilitando todavía más. Y aunque tuvo suerte y no fue juzgado por dicho suceso, ya que el área donde se había producido estaba demasiado lejos de todo y de todos como para interesar a cualquier gobierno, este incidente, acabo siendo un episodio oscuro en su trayectoria como explorador y que le acompañaría durante el resto de su vida.
Charles Francis Hall llevaba casi cinco años en el Ártico sufriendo lo indecible hasta el punto que escribió en su diario de expedición: «Que nadie que haya vivido una experiencia como la mía, tratando solo con salvajes, diga si mi tarea ha sido envidiable». Para luego añadir «El trabajo (como así se refería a su labor como explorador ártico) que me ha dado lo que he escrito, sin hablar de nada más, ha sido suficiente para matar a muchos hombres y casi me ha matado a mí».
Sin embargo, al año siguiente de aquel triste suceso con Coleman, su suerte cambiaría. El 23 de marzo de 1869, Hall consiguió por fin llevar a cabo su objetivo. Un grupo formado por nueve inuit, entre los que se encontraban Ipiirvik, Taqulittuq, Punny y Ooshoo, la madre biológica de Punny, y el propio Hall, marcharon hacia la isla King William: este viaje les llevó seis semanas. Gracias al trabajo de intérprete de Taqulittuq, Hall consiguió mucha información de la tradición oral de los inuit a cerca de la tragedia de Franklin y sus hombres, e incluso obtuvo algunas reliquias de dicha expedición y encontró restos humanos que pertenecían a algunos miembros de la tripulación. Quería pasar el verano en la isla, sabía que estaba muy cerca de penetrar en el corazón del misterio que envolvía dicha expedición británica, y aunque con la información obtenida de los inuit locales había abandonado la idea de que hubiera supervivientes, sabía que valía la pena quedarse un poco más de tiempo en la zona. Sin embargo, los inuit que le acompañaban solo querían estar una semana allí. Le dijeron a Hall que o regresaban a Repulse Bay o se verían obligados a tener que pasar un invierno atrapados en la isla, cosa que se negaban a hacer, incluso los mismos Ipiirvik y Taqulittuq. Finalmente, a Hall no le quedó otro remedio que aceptar la decisión de regresar sino quería quedarse completamente solo en aquel lugar, que era el cementerio de la mayor tragedia de la exploración polar. Así pues, el 20 de junio, el grupo ya estaba de vuelta a Repulse Bay. Durante su viaje de regreso encontraron otro esqueleto humano que Hall empaquetó para ser devuelto a Inglaterra para su identificación. Incluso celebró algunas ceremonias y levantó unos pequeños monumentos en los lugares donde encontró restos humanos de la trágica expedición. Y se marchó con las últimas palabras que los informadores inuit le dijeron: no habían podido ayudar a los hambrientos hombres de Franklin porque no tenían suficiente comida para los extranjeros y para ellos mismos.
La partida de regreso era ahora de quince personas y dieciocho perros. La ironía de este viaje de vuelta es que encontraron abundante caza en la misma área que unos años antes había sido testigo de la muerte por inanición y escorbuto de unos hombres que luchaban por sus vidas en una tierra hostil.
El 13 de agosto de 1869, Hall, Ipiirvik, Taqulittuq y la pequeña Punny embarcaron en el ballenero Ansel Gibbs que les llevó de regreso a Nueva York. Habían pasado 5 años juntos en el Ártico y durante ese tiempo habían navegado y remado por un litoral salvaje y agreste y habían recorrido casi 6.500 kilómetros en trineo de perros. Toda una hazaña aventurera para Hall pero algo más común para los inuit. Y mientras Ipiirvik y Taqulittuq dejaban un trozo de sus corazones en aquella tierra difuminada por la tragedia, y se despedían para siempre de su hijo King William, Hall recordaba, mirando hacia el mar, aquellas palabras que había escrito en su diario de expedición en marzo de 1865:
«Dadme los medios y no solo descubriré el Polo Norte, sino que exploraré toda la tierra que pueda encontrar entre él y el punto más lejano que alcanzó Kane, y pondré toda mi alma en el trabajo».
Aún no habían llegado todavía a Estados Unidos, Hall ya estaba pensando en otra nueva expedición que le debería llevar al mismísimo Polo Norte. Sin embargo, en aquel momento no sabía que este nuevo viaje, que ya estaba maquinando, sería el último, y que su corazón dejaría de latir para siempre en territorio ártico.
8.- Un cambio de objetivo. Hacia el Polo Norte
Hall, Ipiirvik, Taqulittuq y Punny llegaron en otoño de 1869 a Estados Unidos encontrándose un país que empezaba a recuperarse tras una guerra civil que había durado 4 años y que había dejado más de 620.000 muertos. Aunque según un estudio reciente (2012) del profesor e historiador J. David Hacker se podría haber alcanzado la cifra de 850.000 víctimas fallecidas durante la Guerra de Secesión.
Ipiirvik, Taqulittuq, acompañados de su hija adoptiva Punny, regresaron a Groton, una ciudad que ya conocían puesto que cuando no estuvieron de gira acompañando a Hall, durante los primeros meses de 1863, vivieron con el capitán ballenero Sidney O. Budington y su esposa. Así que prefirieron instalarse en un lugar que les resultaba más familiar y que les daba una mayor seguridad en un territorio radicalmente opuesto al suyo. Ipiirvik compró una casa de dos pisos en Groton por un valor de USD $300, donde él y su familia esperaban establecerse. Se puso a trabajar como carpintero mientras que Taqulittuq hizo lo propio como costurera.
Por su parte Hall, obsesionado ahora con ser el primero en llegar al Polo Norte Geográfico, y sin pensar en sus últimas ausencias que habían afectado profundamente a su familia, su mujer estaba viviendo en la miseria y uno de sus hijos, Charles, solo había visto a su padre tres meses de su vida, fue a ver enseguida a Henry Grinnell para intentar convencerlo para que le patrocinara una nueva expedición. Viendo que Grinnell ya había invertido centenares de miles de dólares en viajes al Ártico y que no estaba mucho por la labor, optó finalmente por otra vía, acudir directamente al Congreso de los Estados Unidos. Hall estaba convencido de que si alguien se merecía llegar primero al Polo era él. Y presentó así su argumentación en Washington D. C., afirmando que superaría todas las marcas anteriores alcanzadas por británicos y estadounidenses y que finalmente el Polo acabaría siendo suyo.
El 25 de mayo de 1806, William Scoresby Jr. (1789-1857), ballenero, científico, clérigo y explorador inglés, en una expedición ballenera a Groenlandia, junto a su padre, llegó hasta los 81º 30’ 42’’ de latitud norte, récord que no sería superado hasta dos décadas después. En 1816, el mismo William Scoresby Jr. establecía las directrices para llegar al Polo Norte: se debería usar la misma ropa que utilizaban los inuit, desplazándose en trineo de perros y en primavera, cuando las temperaturas son más soportables y el hielo marino es todavía estable. Sin embargo, a dichas afirmaciones le salieron varios detractores, ya que muchos creían en la existencia de un “Mar Polar Abierto” y que era imposible llegar a los 90º de latitud norte si no se hacía navegando en un barco.
Así pues, y con la idea de llegar en una embarcación hasta el mismísimo Polo, el también explorador británico William Edward Parry (1790-1855), capitán de la Royal Navy, lo intentó en 1827. En esta expedición llegaron con el barco, el HMS Hecla, hasta Verlegenhuken la punta más septentrional de Sptizbergen (Svalbard). Luego Parry, viendo que el hielo le impedía continuar, decidió abandonar el barco y seguir hacia el norte en dos botes pequeños que serían arrastrados por los hombres (llevaban renos para realizar tal empresa pero finalmente los descartaron al ver que era imposible avanzar con ellos). El contingente británico estaba formado por cinco marineros por bote, además de los guardiamarinas Charles Beverly y Edward Bird, y el capitán de la Royal Navy James Clark Ross, que con el tiempo se convertiría en uno de los mejores exploradores polares de la primera mitad del siglo XIX. Igualmente, se añadió al grupo el oficial de la Marina Real británica Francis Rawdon Moira Crozier, que moriría dos décadas después en la trágica expedición de Sir John Franklin. La labor de Crozier se ceñiría a ayudar a los expedicionarios durante los dos primeros días de travesía, luego tenía órdenes de regresar al HMS Hecla.
Parry salió con sus hombres el 21 de junio con dirección al Polo Norte. El 23 de julio de 1827, según el propio Parry, lograron alcanzar los 82º 45’ de latitud norte (según algunas fuentes llegaron en realidad hasta los 82º 43’ 32”). Pero no pudieron continuar más al norte. Tres días después Parry decidió parar. Había comprobado con horror que en lugar de avanzar hacia el norte, estaba retrocediendo hacia el sur, y que a medida que intentaban acercarse al Polo Norte Geográfico, más se alejaban. El motivo era que se desplazaban por una banquisa helada y de un blanco infinito que estaba en constante movimiento y que les dificultaba todo avance hacia el norte. Así que no le quedó otro remedio a Parry que plantar la bandera británica en el hielo y regresar al barco. Los exploradores se habían quedado a unos 800 kilómetros de su objetivo; y sin saberlo, su hazaña no sería superada hasta casi medio siglo después. Regresaron, sanos y salvos a Inglaterra y convertidos en héroes: nadie, excepto ellos, había llegado tan al norte. Fue la última expedición ártica que realizó Parry que decidió retirarse dejando un gran legado como explorador polar.
Por el bando norteamericano, en el momento en que Charles Francis Hall decidió que su misión era llegar al Polo Norte, tenía dos referentes que superar también.
En 1853 Elisha Kent Kane (1820-1857), explorador polar y médico oficial de la Marina de los Estados Unidos de América dirigió una expedición americana en busca de Franklin y del “Mar Polar Abierto”, en una empresa privada financiada por Henry Grinnell y que tenía como objetivo encubierto llegar al Polo. A bordo del Advance se dirigieron hacia el norte a través de la bahía de Baffin. Tras recoger en Groenlandia a dos miembros más de la tripulación, Hans Hendrik (un groenlandés de 19 años) y Carl Christian Petersen (un danés de 40 años de edad que conocía la lengua groenlandesa y que estaba familiarizado con la conducción de los trineos de perros), continuaron por el estrecho de Smith que separa Groenlandia y la isla de Ellesmere (Canadá). Prosiguieron más hacia el norte hasta que al final Kane decidió resguardar el barco y su tripulación para prepararse para la llegada del terrible invierno polar en aquellas latitudes. El lugar escogido fue Rensselaer Harbour, una bahía groenlandesa situada en los 78º 37’ norte y 70º 40’ oeste y no muy lejos de una población Inughuit (grupo inuit del noroeste de Groenlandia), denominada Anoritoq. Allí permanecieron atrapados durante veintiún meses.
Durante este período Kane obtuvo datos sobre la meteorología y geografía de la zona, cuyos resultados científicos serían publicados en el anexo de su libro Arctic explorations: the second Grinnell Expedition in search of Sir John Franklin 1853, ‘54, ‘55.
Además en esta expedición se llegó hasta el canal de Kennedy y luego el inuk Hans Hendrik y el camarero de Kane, William Morton, alcanzarían a pie los 81º 22’ de latitud norte. De esta manera, un camarero alcanzaba la tierra más septentrional que jamás había pisado el «hombre blanco» hasta la fecha. Gracias al informe que escribió Morton de su viaje con Hendrik y en el que afirmaba haber visto un vasto cuerpo de agua abierto al norte, rodeado de una nube gaviotas, se ganó el sobrenombre del “descubridor del Mar Polar Abierto”. Sin embargo, expediciones posteriores demostrarían que ese “mar abierto” que describió Morton no llegaba ni mucho menos hasta los confines del Polo, dando la razón así a Scoresby. Asimismo en la expedición de Kane se logró trazar la costa occidental de Groenlandia y se detalló el glaciar de Humboldt, el glaciar de marea más grande del Hemisferio Norte y el mayor del mundo descubierto en ese momento.
Sin embargo, en esta expedición Kane tuvo que hacer frente a una deserción. El Dr. Isaac Israel Hayes (1832-1881) y siete hombres más abandonaron el barco el 5 de septiembre de 1854, retornando el 12 de diciembre sanos y salvos gracias a los inuit. Este hecho tuvo como precedente una traición a tres cazadores inuit. Tras haberlos dormido con un líquido opiado, les despojaron de toda su ropa, botas incluidas, dejándoles totalmente desnudos, y robándoles también los perros. Cuando los Inughuit se despertaron, se cubrieron con unas mantas, se vendaron los pies con telas y lograron alcanzar a los norteamericanos. Luego se encontraron con cuatro cazadores más y llevaron a los fugados hasta el Advance, bajo la amenaza de las armas de fuego de éstos.
Tras el fracaso de esta fuga, Kane comenzó a preparar el abandono del bergantín y la marcha de la tripulación hacia el sur. El 20 de mayo de 1855 comenzó la travesía hacia la población de Upernavik (Groenlandia), situada unas ochocientas millas al sur, invirtiendo para ello 84 días. El liderazgo de Kane, su planificación minuciosa y los tratados con los inuit, que les ayudaron a sobrevivir en aquellas latitudes tan septentrionales, permitieron que a pesar de las adversidades y las grandes dificultades encontradas, tan solo murieran tres de los veinte miembros de la tripulación durante esta expedición, que duró finalmente poco más de dos años. En este interminable viaje Kane y sus hombres aprendieron mucho acerca de las estrategias de supervivencia de los nativos, y sus relaciones con ellos beneficiarían en un futuro a exploradores como Isaac Israel Hayes y Charles Francis Hall.
Pocos años después, el 16 de febrero de 1857, Kane que había ido a Cuba para recuperarse de una enfermedad crónica, acabaría muriendo en La Habana tras dos accidentes cerebrovasculares graves. De esta manera dejaba una prometedora carrera como explorador con tal solo 37 años de edad.
En 1860, Hayes realizaba una nueva expedición para llegar hasta el Polo Norte. A su regreso a Estados Unidos afirmó haber alcanzado los 81º 35’ norte y 70º 30’ oeste, batiendo así la marca de la expedición de Kane. Investigaciones posteriores revelaron que, probablemente, no superó los 80º 14’ de latitud norte, por lo tanto, el record continuaba estando en manos del camarero de Kane y de un cazador inuit al que le importaba un bledo el Polo Norte y la carrera abierta para ser el primero en llegar a él.
Con todos estos precedentes, Charles Francis Hall estaba convencido que podría superar todas las marcas de Scoresby, Parry, Kane y Hayes y que lograría el objetivo de ser el primero en pisar el Polo Norte donde otros habían fracasado en el intento. Igualmente también pensó que la mejor opción era la vía americana, es decir, intentar el asalto al Polo por Groenlandia y siguiendo los pasos de Kane y Hayes. Así que con esta determinación y convencimiento viajó a Washington D. C. para prácticamente ordenar al Congreso de los Estados Unidos de América que le asignaran los recursos necesarios para llevar a cabo esta empresa. Sin embargo, en esos momentos no sabía que tendría un rival que podría interferir en su camino: Isaac Israel Hayes que quería también el Polo. Y mientras el Congreso debatía la propuesta de Hall, también en Washington D. C. Hayes exponía ante la Comisión de Relaciones Exteriores su deseo de ser el primero en pisar los 90º de latitud norte. Para ello arguyó que esta expedición debía ser dirigida por un científico y Hall no lo era. Sin embargo, el argumento de Hayes no se sostenía por ningún lado ya que ese supuesto cientifismo se basaba en ser simplemente un médico con experiencia en el Ártico. Además Hall partía con cierta ventaja. El presidente Ulysses S. Grant quería reconstruir la nación tras la guerra civil y buscaba la unión del país con la recuperación del orgullo nacional. Para ello era necesario realizar una gran proeza y encontrar a un hombre con la suficiente experiencia y carisma para convertirse en un héroe capaz de llevar a cabo esa hazaña. El Polo Norte era el lugar más indicado para sembrar el espíritu patriótico norteamericano y Hall era la persona indicada para convertirse en la esperanza yanqui que lo hiciera.
Finalmente el 12 de julio de 1870, el Congreso aprobó la solicitud de Hall con un presupuesto de USD $50.000, era mucho dinero para una misión muy ambiciosa. Sin embargo, esta buena noticia venía acompañada por tres problemas añadidos. En primer lugar, esta decisión suponía un nuevo golpe moral para la familia de Hall que debería volver a separarse del explorador con un panorama poco esperanzador: Mary Hall, una esposa sufrida, que solo era importante cuando le servía de apoyo en sus proyectos, y sus dos hijos, Anna Sophina y Charles que apena sabían lo que era tener un padre. En segundo lugar, Hall tuvo que reunirse con Lady Franklin (Jane Griffin) para explicarle que una vez hubiera alcanzado el Polo Norte, el siguiente viaje tendría como objetivo continuar buscando más evidencias sobre la expedición Franklin y sus hombres. Aunque Hall había perdido la esperanza de que hubieran supervivientes no quería defraudar a la esposa de Franklin. A su regreso del Polo, prometió que volvería a intentarlo por tercera vez.
Jane Griffin, Lady Franklin (1791-1875). Litografía pintada por Amelie Romilly en 1816.
Y finalmente, el tercer punto importante era que Hall debería esperar al año siguiente para partir, ya que era demasiado tarde para viajar al Ártico en aquellas fechas estivales; la aprobación había llegado demasiado tarde y quizá por culpa de la intrusión de Hayes. Sin embargo, ese era el menor de sus problemas, porque Hall ya había conseguido su propósito, por fin tenía su ansiada expedición al Polo Norte y por lo tanto los problemas familiares y la búsqueda de Franklin eran asuntos que podía tratar a su regreso. Pero el destino le tenía deparado otro futuro y finalmente no pudo conseguir ninguno de sus tres objetivos. Y los héroes que buscaba el presidente Grant, para reforzar el patriotismo de su nación, acabarían siendo otros y por un motivo bien diferente.
9.- Rumbo al Ártico
Hall tenía casi un año por delante para realizar los preparativos de su viaje al Polo Norte. Por este motivo era igual de importante seleccionar a los miembros que conformarían dicha expedición, como encontrar un barco y prepararlo para navegar por las traicioneras aguas del Ártico. Para llevar a cabo esta última empresa le asignaron a Hall el Periwinkle, un remolcador de vapor, que debería ser acondicionado para viajar a las regiones polares. Sin embargo, para empezar, Hall hizo algo que ningún marinero haría jamás, le cambió el nombre al barco y le puso Polaris en honor al objetivo de la expedición. Aquello fue la primera señal de la mala fortuna que le vendría después.
Los muelles del Washington Navy Yard fueron testigos de la gran transformación que sufrió el Polaris y que supuso un coste de USD $50.000, adicionales a los otros tantos que debían gastarse durante la expedición. Se cambió el aparejo y la entabladura además de instalar conductos para la calefacción central. Además se colocaron calderas especiales diseñadas para quemar el aceite de foca y grasa de ballena, ya que difícilmente podrían obtener carbón allá donde iban, excepto el que llevaran a bordo y que podría ser utilizado solo como urgencia para hacer funcionar los motores de la embarcación, o bien para calentar los compartimentos de la tripulación. Igualmente se reforzaron el portahélice, el vano y la hélice para navegar entre los hielos. El barco, además, fue forrado con cobre, y en sus entrañas se colocaron trece toneladas de baos de madera de roble, es decir, que se utilizaron unas vigas superiores de la cuaderna sobre las cuáles se colocaba la cubierta y de esta manera permitiera soportar mejor la estructura del navío la rigurosidad del Ártico. Y aunque el barco perdió belleza ganó en seguridad para la navegación por las aguas polares.
Una vez realizados todos los trabajos de acondicionamiento, el barco navegó hasta el puerto de Brooklyn Navy Yard para su equipamiento final. En este astillero de la Marina de los Estados Unidos, situado en la ciudad de Nueva York, se llevaron a cabo los últimos preparativos: se acercaba el momento de partir hacia el Polo Norte.
A las 7 de la tarde del jueves 29 de junio de 1871, cuando el cielo empezaba a teñirse de un rojo atardecer y los últimos rayos de sol besaban sus últimas luces en una amalgama de edificios, árboles y agua, el USS Polaris zarpó de los muelles de la armada en Brooklyn Navy Yard, dejando atrás las obras de construcción del Puente de Brooklyn y despidiéndose para siempre de la isla de Manhattan: el USS Polaris nunca más regresaría. Fue la última imagen que tuvieron los neoyorquinos antes de desaparecer el barco para siempre, en una nube de suspiros de unos marineros que esperaban volver convertidos en héroes.
A las 11 de la mañana del viernes 30 de junio, el USS Polaris echó el ancla en el puerto de New London (Connecticut). En esta primera parada se pudo comprobar que la expedición había ya empezado con mal pie, y que el futuro que les esperaba no era nada halagüeño. En primer lugar no quedaba nada claro cuáles eran objetivos prioritarios de la expedición, y eso suponía un choque de intereses entre el equipo científico y las prioridades de Hall, aunque se suponía que todos trabajarían para alcanzar una misma meta: llegar al Polo Norte Geográfico. Por ejemplo, en este sentido, uno de los oficiales al mando, Budington era ballenero y no explorador. La disciplina naval no le gustaba y llegar al Polo le traía sin cuidado. En segundo lugar, una mezcla de nacionalidades con idiomas distintos y culturas diferentes: Alemania (incluyendo el Reino de Prusia), Dinamarca, EE.UU, Rusia, Suecia, y por supuesto los inuit. En tercer lugar, muy pocos pensaban que Hall sería capaz de controlar a todos sus hombres, por ser una persona más bien solitaria y sin la experiencia ni carácter necesarios para poder gestionar el panorama variopinto de la tripulación.
Este conjunto de egos y formas de pensar diferentes con objetivos y ambiciones distintas tuvo como resultado que al llegar a New London, el comandante Hall informó que el cocinero, un de los marineros y un bombero habían saltado de la cubierta del barco y habían desertado, y que el ayudante de máquinas también había desaparecido, mientras que el camarero había huido a la playa para emborracharse y ahogar así sus penas. Y por si esto fuera poco, Nathaniel J. Coffin, el carpintero de la expedición, había caído enfermo en Nueva York, antes de partir, con una inflamación de los pulmones, y tuvo que quedarse en tierra al ser hospitalizado. Ante esta situación no quedó otro remedio que buscar en New London a algunos hombres que remplazarán a los que habían desertado o causado baja. Y aunque de nada sirvió la elección para solucionar los problemas internos de la tripulación, al menos los sustitutos que encontraron dieron la suficiente confianza a Hall para seguir adelante con la expedición.
El mayor problema fue buscar a un nuevo cocinero. Charles Branett fue sustituido por Joseph Wolf que, al ver el panorama que le esperaba, hizo lo propio que su predecesor, y acabó desertando también. Finalmente, para ocupar este puesto de cocinero, se escogió a William Jackson, un afroamericano, con experiencia en el Ártico y al que conocía el capitán Budington. El norteamericano Alvin A. Odell, un veterano marinero que había participado en la Guerra de Secesión, sustituyó a Wilson como ayudante de máquinas. John Herron, nacido en Liverpool, pero nacionalizado estadounidense, fue elegido para ocupar el puesto de camarero y encargado de limpieza (en inglés este cargo es conocido comúnmente como “steward”), sustituyendo así a John Porter, que fue dado de baja por incapacitado. El inglés, John W. Booth, fue contratado como bombero para ocupar el lugar que dejó vacante T. L. Berggren. Y finalmente Wilhelm Friedrich Lindermann, de nacionalidad alemana, sustituyó al marinero desertor William Jessup. Para completar la tripulación faltaba solo encontrar a un carpintero que sustituyera a Coffin. Hall tenía la esperanza de encontrar uno en su parada en New London o bien en el siguiente puerto, la ciudad de St. John’s (Newfoundland, Terranova).
De esta forma, a la ya de por sí heterogénea tripulación, se unían dos ingleses y un negro, que aunque hacía pocos años que se había abolido la esclavitud en EE.UU, no dejaba de ser un posible detonante de actitudes racistas durante la expedición. Y por supuesto, Ipiirvik, Taqulittuq y Punny también podrían ser futuras víctimas del etnocentrismo occidental. Además, con las otras nuevas incorporaciones se establecía una peligrosa competencia y se equilibraban las fuerzas: nueve alemanes por nueve estadounidenses. Sin embargo todavía faltaban algunas sorpresas más que convertirían este cóctel de nacionalidades y culturas distintas en pura dinamita, y la tripulación no solo tendría que lidiar con los hielos eternos y las inclemencias árticas, sino también con las posibles rencillas y los enfrentamientos internos frutos de una mala planificación inicial.
Un día antes del Día de la Independencia, el 3 de julio, el USS Polaris zarpó a las 4 de la tarde del puerto de New London y sin ningún carpintero a bordo. Para aprovechar mejor la marea, el barco tomó rumbo hacia el norte. Al caer la noche una tormenta de verano sacudió la embarcación poniéndola a prueba con sus nuevas reformas, y avisando a la tripulación de lo que les podía deparar el futuro en territorio ártico. Las olas gigantes, cortas y dañinas, acompañadas de fuertes vientos y cortinas de lluvia que lloraban sobre el barco, pudieron comprobar, que tal vez, tanto el navío como la tripulación, estaban realmente preparados para las inclemencias polares. Apenas pequeños desperfectos en las bodegas de almacenamiento y algún equipo que no había sido protegido debidamente, fueron todos los daños que se tuvo que lamentar. Acompañados por las luces de los relámpagos, que se regocijaban en medio de la tormenta, fueron acercándose paulatinamente los expedicionarios a su siguiente destino, la ciudad de St. John’s (Terranova).
En 1870, St. John’s era el mejor puerto natural en la costa oriental de la isla. Rodeado por colinas y montañas lo suficientemente altas como para proteger de los furiosos vientos que azotaban esta región era un lugar ideal para hacer una parada, y reparar los posibles daños causados por la tormenta. Para acceder a este puerto, el USS Polaris tuvo que navegar a través de un estrecho que bloqueaba las olas y que hacía una milla de largo por media milla de ancho y flanqueado a ambos lados por enormes rocas. Justo al llegar al puerto la expedición se encontró con dos enormes icebergs que les dieron la bienvenida, era un presagio de lo que verían unas semanas después.
Finalmente, el 11 de julio el barco atracaba en St. John’s. Estuvieron en la ciudad poco más de una semana, ya que se tuvo que reparar la máquina de vapor, arreglar algunas calderas y reajustar el motor. Igualmente Hall y Budington también buscaron a un carpintero: lo necesitaban para hacer unas reparaciones en los compartimentos de almacenaje y tal vez para que los acompañara durante la expedición. Sin embargo no tuvieron suerte. La temporada alta, para la flota pesquera de St. John’s, empezaba con la llegada del verano, y por ese motivo no había ningún buen carpintero disponible ya que todos estaban en el mar o bien reparando los barcos locales. Al margen de este problema, apareció otro. Bessels rechazaba que Hall estuviera el mando de toda la tripulación pues creía que el equipo científico debía estar bajo sus órdenes. En este sentido, Meyers, el meteorólogo de la expedición, haciendo un alarde de patriotismo prusiano que casi rozaba la insubordinación se puso del lado de Bessels. Y aunque en esta ocasión no hubo un enfrentamiento directo entre el bando americano y el germánico, se echaron las raíces de una serie de conflictos que aparecerían poco tiempo después. Incluso el propio Tyson escribió en su diario lo que opinaba de esta situación:
«Veo que no hay armonía perfecta entre el Capitán Hall y el Cuerpo Científico, ni con algunos otros tampoco. Me temo que las cosas no funcionarán bien. No es asunto mío, pero lo siento por Hall: está terriblemente molesto».
El 19 de julio, a las 3.30 de la tarde, el USS Polaris salió del puerto de St. John’s. Las instrucciones eran dirigirse directamente a Groenlandia. Faltaba un carpintero y sobraban muchos egos envueltos en la soberbia. Pero esto no pareció importar al propio Hall, quien estaba convencido que podría apagar toda rebelión a bordo, reconducir todas las situaciones conflictivas y alcanzar finalmente el objeto de llegar al Polo Norte.
A las 10 de la noche, la tripulación observó un espectáculo en el cielo nocturno: las auroras boreales estuvieron danzando poco más de una hora sobre sus cabezas, con sus majestuosos movimientos y sus múltiples formas. Fue con toda probabilidad el único momento de paz y de respiro para estos exploradores que se iban a adentrar en un territorio desconocido y acompañados por las sombras de sus propios problemas.
Las últimas luces del norte se reflejaron en las aguas por donde navegaba el USS Polaris. Yendo hacia el norte, el último halo de esperanza se apagó en medio de la oscuridad. Terranova ya no volvería a ver a aquellos exploradores juntos, y menos aún a su barco. Fue el último adiós de una lenta agonía que se prolongaría durante casi dos años…
10.- Groenlandia, en busca de Hans Hendrik
El USS Polaris, tras dejar las costas de Terranova se dirigía ahora, en dirección noreste, hacia la isla de Groenlandia, navegando por el mar del Labrador. El 20 de julio vieron multitud de icebergs que se elevaban hasta 25 metros sobre la superficie del agua, mientras la niebla, una suave llovizna y una gruesa capa de nubes los envolvía hasta ser engullidos por la noche. En las últimas 24 horas habían recorrido cerca de 120¼ millas. Durante los primeros días de navegación, cruzaron las frías aguas de la corriente del Labrador comprobando como la temperatura del agua pasaba de los 6º C a los 12,3º, mientras la temperatura del aire alcanzaba los 13.5º C. Asimismo observaron como a medida que se dirigían hacia el norte, el profundo color verde oscuro de las aguas marinas pasaba a un sucio verde claro. Esto era debido a la presencia de la Melosira árctica, un alga de hielo, que es la más productiva del Océano Ártico, y que da un colorido artificial a los mares árticos.
El 26 de julio mientras observaban un gran trozo de madera muy deteriorado y viejo a la deriva, probablemente procedente de un barco ballenero, alcanzaron 60° 39’ de latitud norte y 52° 55 longitud oeste: estaban ya navegando por el sur de la costa occidental groenlandesa. Los bancos habituales de niebla y llovizna hacía días que ya habían dado la bienvenida al barco, mientras el aire frío, cortante y pesado se hacía cada vez más intenso y se mezclaba con el penetrante olor de la sal marina que envolvía los rostros de la tripulación. Al día siguiente, hacia las 4 de la mañana, se dirigieron hacia el este, y mientras sorteaban una multitud de icebergs que iban a la deriva, pudieron distinguir los contornos rocosos y la multitud de islas pequeñas que abrazaban el litoral groenlandés.
Ahora se encontraban en la latitud 63º norte, todavía no habían superado el Círculo Polar Ártico (paralelo 66º 33’ 44’’ de latitud norte). De repente y para sorpresa de todos, se acercó un inuit navegando en su kayak con la cubierta hecha de piel de foca, procedía de la población groenlandesa cercana de Fiskenæsset (actualmente su nombre nativo es Qeqertarsuatsiaat), y hacia donde pretendían dirigirse Hall y sus hombres. El motivo para visitar esta aldea es que estaban buscando al cazador inuit Hans Hendrik, que había participado en la expedición del Dr. Elisha Kent Kane (1853-1855), y también, unos años después, había acompañado al norte de Groenlandia al Dr. Isaac Israel Hayes (1860-1861). Hall quería persuadir a Hendrik para que le acompañara como cazador y conductor de trineo de perros en su intento por llegar al Polo Norte. El comandante norteamericano sabía que el tándem inuit formado por Hendrik e Ipiirvik más Taqulittuq era su gran baza para conseguir su ansiado objetivo.
Suersaq, como así se llamaba Hans Hendrik realmente, había nacido alrededor de 1834 en Fiskenæsset. En su pueblo natal fue educado por los misioneros moravos. En julio de 1853 Kane lo contrató como cazador y pasó dos inviernos con la expedición norteamericana. En junio de 1854 Suersaq y William Morton viajaron en trineo de perros hacia el norte, a lo largo de la costa groenlandesa, descubriendo y explorando el canal de Kennedy y también el cabo Constitución. Gracias a Suersaq, la tripulación del Advance logró sobrevivir a un terrible segundo invierno. Sin embargo, un creciente temor a Kane, motivado por su arrogancia, hizo que Suersaq huyera de la expedición en abril de 1855 para irse a vivir con los Inughuit de la población de Etah, en el norte de Groenlandia, donde permaneció durante varios años.
En agosto de 1860 la expedición del Dr. Isaac Israel Hayes, que estaba tratando de probar la existencia de un «Mar Polar Abierto», llegó a cabo York (noroeste de Groenlandia), donde estaban Suersaq con su esposa Mequ (Merkut o Méqru) y su hijo pequeño. Los tres subieron a bordo del United States y se dirigieron con la expedición hacia el fiordo de Foulke, cerca de Etah, donde invernaron (Port Foulke). Suersaq había sido contratado de nuevo como cazador, aunque esta vez Hayes le tuvo menos respeto que Kane y continuamente desconfiaba del inuit, describiéndolo como «un tipo de la peor fase del carácter esquimal». Incluso llegó a responsabilizarle de la muerte de dos miembros de la expedición. En verano de 1861 Suersaq regresó al sur, en la región de Upernavik, donde se puso a trabajar en el Departamento del Comercio Real de Groenlandia. Y aunque no se conocía exactamente cuál era su paradero actual, Hall estaba convencido que Suersaq o bien había regresado a Fiskenæsset o continuaba en la zona de Upernavik, unos mil kilómetros más al norte de donde ahora estaban ellos.
Así pues, con la intención de encontrar a Hendrik en su pueblo natal, el USS Polaris viró hacia el este buscando la entrada al puerto de Fiskenæsset situado al norte de una pequeña isla y al cual se accedía a través de un estrecho de apenas un kilómetro de ancho, que más adelante se reducía a la mitad. Cuando finalmente echaron el ancla frente a la población de Fiskenæsset, la tripulación observó atónita como eran saludados por unas figuras salidas de un cuento de hadas, que iban extrañamente vestidas y que se apiñaban en la orilla, gesticulando animadamente y mirándolos inquisitivamente, mientras algunas mujeres nativas cantaban una canción que parecía no tener palabras.
De repente vieron acercarse un bote al USS Polaris en el que iba el administrador de la colonia, un danés llamado Morten Smith Schønheyder. Subió a la cubierta del barco y tras las presentaciones de cortesía preguntó qué hacía Hall y sus hombres en aquel pueblo perdido de Groenlandia. El comandante le explicó que estaban buscando a un cazador llamado Hans Hendrik. Schønheyder le respondió que no estaba en Fiskenæsset pero que su hermano continuaba viviendo allí y que quizá supiera de su paradero.
La población de Fiskenæsset, en la que vivían tan solo 27 almas, constaba de ocho casas de madera, importada de Dinamarca, y levantadas sobre unos cimientos de piedra para aislarlas del frío y de la acumulación de nieve, y aproximadamente la misma cantidad de cabañas, hechas con turba y piedra con techos planos y ligeramente inclinados con vigas hechas de madera flotante que había llegado allí a la deriva. Estas casas estaban cerca de la playa y tenían un túnel de acceso tan bajo que se debía entrar a gatas arrastrándose hacia el interior. Algunas ventanas eran de cristal y otras estaban hechas con intestino de mamíferos marinos, y en este último caso, la luz del día penetraba de una forma muy tenue. El interior de las cabañas estaba forrado con pieles, generalmente ya utilizadas en antiguos botes viejos o en tiendas de verano ya desgastadas. Una plataforma única, formada por tablones y elevada del suelo, servía como cama de matrimonio y para que durmieran también los niños. Igualmente esta estructura formaba parte de la cocina y del taller. El olor que prevalecía en este tipo de vivienda inuit sorprendió mucho a Bessels, que no tuvo reparo en afirmar que una nariz europea tardaría bastante tiempo en acostumbrarse a aquel tipo de atmosfera, con una ventilación inadecuada y un habitáculo poco limpio y ordenado.
Los expedicionarios estuvieron en la población dos días durante los cuales no solo encontraron al hermano de Hans Hendrik, que no sabía dónde vivía en aquel momento su pariente, sino que también les dio tiempo a la tripulación de interactuar con los nativos e incluso participar en una fiesta local de bienvenida. Seguramente, aquellos serían los últimos momentos de relax y diversión que tendrían los expedicionarios.
La mañana del 29 de julio, los exploradores dejaron Fiskenæsset y continuaron su camino hacia el norte. Pocas horas después de haber salido a alta mar empezó a llover y a soplar una brisa fresca que desencadenó en una fuerte tormenta con vientos del sudoeste. El mar empezó a enrabietarse como si no quisiera que el USS Polaris prosiguiera su camino. Tuvieron que arrizar las velas, y al caer la oscuridad pararon los motores, ya que corrían el peligro de toparse con los icebergs que se desplazaban majestuosamente a la deriva. La tormenta duró cuatro horas que parecieron una eternidad.
En la noche del 30 de julio cruzaron por fin el Círculo Polar Ártico y progresivamente se fueron acercando a la costa. La tripulación tomaba un respiro y se concienciaba que lo peor todavía estaba por llegar. Y no solo las inclemencias meteorológicas preocupaban sino también los crecientes enfrentamientos entre los expedicionarios. Si nadie lo paraba a tiempo la situación podría desembocar en el abandono de algunos hombres, en un motín o quizá en algún asesinato. En esos momentos el USS Polaris, más que un barco parecía un barril de pólvora a la deriva y a punto de estallar. Algo que por otro lado no tardaría en suceder….
El 31 de julio por la mañana llegaron al puerto groenlandés de Holsteinsborg (actualmente su nombre nativo es Sisimiut), una población de unas 16 casas y con cerca de 50 habitantes. Aquí Hall esperaba comprar carbón adicional para sus calderas y pieles de caribú para vestir a su tripulación. Sin embargo, el asentamiento tenía poco carbón y las pieles de reno eran escasas así que Hall no pudo obtener ambas cosas para su expedición.
En Holsteinsborg, los exploradores tuvieron la sorpresa de encontrarse con una expedición científica sueca dirigida por Frederik Wilhelm von Otter que había visto como su barco, el Ingegerd, se había dañado y estaba embarrancado en la playa para ser reparado. Asimismo, iban acompañados por el bergantín Gladan comandado por el capitán von Krusenstjerna. Comentaron que aquella expedición, que ahora regresaba a casa, tenía como objetivo realizar investigaciones hidrográficas, además de intentar encontrar el hierro meteórico que el explorador sueco, de origen finés, Adolf Erik Nordenskiöld afirmaba haber encontrado el año anterior en Groenlandia.
La conversación poco a poco se fue animando con la llegada de más hombres de ambas expediciones. Von Otter explicó que habían alcanzado los 75º de latitud norte y que el estrecho de Davis ofrecía aguas abiertas. Y en la bahía de Baffin, desde la isla de Disko hasta la población nativa de Upernavik, apenas habían encontrado hielos a su paso y era fácilmente navegable. Aquella información provocó la euforia de Hall y en un instante cambió de repente la ruta inicial para llegar al Polo Norte.
Originalmente el plan que había presentado Hall a la Academia Naval y al Gobierno de los Estados Unidos era entrar por el estrecho de Jones, navegando entre el norte de la isla Devon y el sur de la isla Ellesmere. Una vez el Polaris no pudiera avanzar más por culpa del hielo, continuarían por tierra directos al Polo. Pero el informe que acaba de dar Von Otter lo cambió todo. Podían subir por la bahía de Baffin hasta llegar al estrecho de Smith. Luego continuarían hacia la cuenca de Kane y avanzarían por el canal Kennedy, donde las islas de Groenlandia y Ellesmere apenas distan 30 kilómetros. Y desde aquí, pasados los 80º de latitud norte, ¡el Polo Norte estaría a menos de 1.000 kilómetros de distancia!
Hall se dio cuenta enseguida que no tenía tiempo que perder y que debía actuar con rapidez. El hielo marino podría volver a formarse y eso impediría llevar a cabo su nuevo plan. No podía quedarse allí por más tiempo. Además la expedición sueca le confirmó a Hall lo que le había dicho Lowertz Elberg, el administrador danés de la colonia de Holsteinsborg, que Hans Hendrik no estaba allí sino en Upernavik y que estaba esperando la llegada del USS Polaris.
Parecía que todo se había puesto de cara para Hall, se abría una nueva ruta aparentemente más fácil y directa para llegar al Polo Norte, y por fin ya sabía dónde estaba Hans Hendrik, que además le estaba esperando. Así pues no había tiempo que perder. Finalmente a las 3 de la tarde del 3 de agosto los exploradores dejaban Holsteinsborg para continuar hacia el norte, en dirección a la bahía de Disko. Debían llegar hasta a la población de Godhavn (actualmente su nombre nativo es Qeqertarssuaq), donde esperaban encontrarse con el Congress, su barco de suministro, procedente de Estados Unidos. Y desde allí se dirigirían hacia Upernavik en busca de Hendrik, para luego continuar directos hacia el Polo Norte.
11.- Buenas noticias y falsas esperanzas
Hall dio órdenes de navegar a toda máquina y el USS Polaris llegó, al día siguiente, a la aldea de Godhavn (actualmente recibe el nombre nativo de Qeqertarssuaq) en la isla de Disko. Habían cubierto una distancia de poco más de 250 km en línea recta en tan solo 24 horas, volando sobre las olas y sorteando los hielos. Sin embargo, con la misma rapidez con la que habían navegado, se había desencadenado un nuevo conflicto interno entre los miembros de la tripulación, que desembocó en una fuerte disputa entre Emil Bessels, Charles Francis Hall y Frederick Meyers, mientras el camarero John Herron escuchaba atentamente tras las paredes de la cabina del comandante.
Bessels, que no podía encargarse él solo del trabajo científico, se discutió acaloradamente con Hall, porque le había asignado al meteorólogo Meyers la labor de llevar el diario oficial del barco en lugar de realizar las tareas para las que se le había encomendado: anotar sus observaciones meteorológicas. Hall intentó en vano explicar que él era el capitán y que por lo tanto quien estaba al mando de la expedición. Bessels le respondió que no era así, ya que él mismo estaba al cargo del equipo científico. Además, amenazó a Hall con abandonar la expedición con todos los miembros de la tripulación que eran alemanes, en total nueve de las veintiséis personas que había a bordo. Finalmente encontraron una fórmula mágica conciliatoria, Meyers continuaría ocupándose del diario de abordo durante un corto espacio de tiempo, para luego ser reemplazado por otro miembro de la tripulación. Pero la herida ya estaba demasiado abierta y ya no cicatrizaría jamás.
Pero los problemas no acabarían aquí. Resultó que el capitán Budington no paraba de beber desde que habían salido de Estados Unidos. Hall había prohibido que se subieran licores a bordo salvo el Dr. Bessels, que necesitaba el alcohol con fines estrictamente médicos. Sin embargo, Budington se había llevado consigo su propio suministro de vino. Además, a pesar de ser uno de los oficiales al mando, no dejaba de ser un ballenero. Y su carácter irascible chocaba con la parsimonia e inexperiencia de Hall. Igualmente, la situación era todavía más grave si cabe, ya que Budington era el favorito del comandante, y al margen de ser el encargado de la navegación diaria del barco, sería quien debería suceder al propio Hall, si este moría o quedaba incapacitado. Y así fue como el comandante se enfrentó cara a cara con el patrón de navegación pese a que era su hombre favorito. No podía permitir actos indisciplinarios de aquella índole entre los miembros de su tripulación. Todo ello provocó una grave discusión entre Hall y su ballenero indisciplinado. Budington amenazó con renunciar a la expedición y bajarse del barco. Y aunque, finalmente solucionaron aparentemente esta situación tan problemática, ello no evitó que cuando el Polaris llegó a la isla de Disko, la tripulación ya estuviera dividida como también los oficiales ejecutivos que estaban al mando.
Godhavn era el punto más meridional de la isla Disko (la más grande del país si exceptuamos la propia isla de Groenlandia), y uno de los mejores puertos groenlandeses en aquella época. El asentamiento tenía unas veintisiete cabañas dispersas que podían albergar cerca de unos 70 nativos, muchos de ellos ausentes, ya que estaban cazando caribúes o bien pescando salmones. Además, también había dos casas coloniales donde se hospedaban los residentes europeos.
Cuando los exploradores llegaron el asentamiento, lo primero que hizo Hall fue visitar a Sophus Theodor Krarup-Smith, que era el inspector de la colonia del norte de Groenlandia desde 1867. Como en el puerto de Godhavn no habían visto el Congress, el comandante quería saber si tenían noticias de su barco de suministro. Hall se encontró con la sorpresa de que el inspector estaba realizando la visita anual a los asentamientos de la colonia del área norte de Groenlandia, y por ese motivo el capitán fue finalmente recibido por el gobernador Lassen y por la Sra. Krarup-Smith que hizo de intérprete en la reunión entre ambos hombres. Al poco rato Hall regresó al Polaris con la mala noticia de que no se sabía nada del Congress, que no podían esperar muchos días más a la llegada del barco de suministro, por temor a los hielos que pudieran encontrarse debido a lo avanzado de la estación, y que debían buscar una solución al tema del carbón, ya que empezaba a escasear como consecuencia de un uso casi continuo de este combustible desde que habían abandonado Terranova.
El 7 de agosto se limpió a fondo el barco para luego ser pintado en dos días. No había tiempo que perder. Y aunque Hall y su tripulación estaban preocupados porque el Congress no llegaba, sabían que cada día que estuvieran esperando en la isla de Disko era una oportunidad perdida. El capitán aprovechó el tiempo para comprar pieles para confeccionar las ropas polares de sus hombres y perros groenlandeses adicionales para tirar de los trineos. Y aunque en Godhavn tampoco había pieles de caribú al final se decidió sustituirlas por las pieles de foca y de perro.
El 10 de agosto, a mediodía, una horda de mujeres inuit que estaban en una colina empezó a gritar a la tripulación y a señalar hacia el horizonte. Un barco se acercaba a Godhavn, y a través del telescopio pudieron comprobar, para alegría de todos, que se trataba del USS Congress. Hall respiró profundamente, los últimos días para él habían sido todo un calvario y ahora tenía un problema menos que solucionar. La corbeta, con sus 300 hombres a bordo, disparaba sus cañones saludando al Polaris y provocando un estruendoso ruido multiplicado por el eco que rebotaba en las montañas, y asustando a los pobres indígenas que despavoridos se escondían en sus casas. Nunca habían visto antes una nave tan grande pero tampoco habían sufrido sus oídos el lamento de los cañones que rompía la quietud y el silencio de sus vidas.
Tras saludarse ambas tripulaciones, Hall vio con satisfacción que en el Congress viajaba el carpintero Nathaniel J. Coffin, que se había quedado en Estados Unidos por haber caído enfermo y que se había recuperado a tiempo para unirse a la expedición. Esa era una muy buena noticia, aunque en aquel momento Hall no sabía que Coffin acabaría realizando un trabajo extra para el comandante. También en el barco estaba Richard W. D. Bryan, el tercer miembro del equipo científico, que debería compaginar las labores como astrónomo y los oficios como capellán de la expedición. Además a bordo también iba el reverendo Dr. John Philip Newman que estaba allí para dar los últimos servicios religiosos a la tripulación del Polaris. Y obviamente, el Congress iba cargado con más provisiones para la expedición y también del ansiado carbón.
Debían darse prisa y no perder más tiempo, la descarga de los suministros no debería demorarse mucho. Una vez el Polaris hubiera llegado a su carga máxima, las órdenes eran dejar almacenado el resto de las mercancias en Godhavn por si más adelante la expedición necesitaba de este depósito.
Hall necesitaba compartir con alguien su malestar por cómo se estaban comportando algunos miembros de la tripulación. Por este motivo decidió explicárselo al capitán del Congress, Henry Kallock Davenport (1820-1872). Davenport vio en los ojos del comandante su sufrimiento. Sabía que un barco con problemas podría multiplicar el fracaso de la expedición, y además, desde que se enroló en la marina de los Estados Unidos, y de esto hacía ya más de treinta años, nunca antes se había encontrado ante tal situación. Por ese motivo, Davenport se ofreció a detener y arrestar a los presuntos amotinados y llevarlos de vuelta a Estados Unidos para ser juzgados. Pero Hall, de una forma incomprensible, se negó. La razón era que Meyers estaba en préstamo por el ejército, Bessels era un civil, como la mayoría de la tripulación que además había sido escogida por él mismo. Además el jefe del equipo científico había sido elegido por el Instituto Smithsonian y la Academia Nacional de Ciencias. Y si decidía prescindir finalmente de Bessels, Hall debería dar explicaciones a George Maxwell Robeson (1829-1897), Secretario de la Marina de los Estados Unidos y seguramente al propio presidente Grant. Y esto solo podría hacer que complicar todavía más las cosas. Por su parte, Davenport pensó que era mal asunto haber metido una tripulación civil en un barco naval, y también se dio cuenta que realmente Hall no era un capitán marino, y que sus hombres se habían dado cuenta de ello. Le preguntó al comandante si no tenía un hombre de confianza que le ayudara a manejar la situación. Hall le respondió que esa persona era Budington, el patrón de navegación, pero al que le gustaba demasiado el alcohol y que creía incluso que tenía su propio suministro escondido.
Así pues, y tras deliberar por un momento, Hall se dio cuenta que debía actuar con cautela. Pensó que su viaje estaba condenado al fracaso si Davenport se marchaba con casi la mitad de su tripulación en el calabozo, así que le pidió al capitán del Congress que fuera hablar con la tripulación del Polaris para reforzar su mando y para acabar con la rebelión. Pero esto solo venía a demostrar la inexperiencia e ineptitud del propio comandante de la expedición que volvía a cometer un error. Davenport subió al barco acompañado por dos marines como si fueran su guardia de honor. Y tras su duro y elocuente discurso abandonó el Polaris dejando el orden aparentemente restituido. El capitán Budington se arrepintió. A Meyers que había roto su juramento se le relevó de sus deberes y se nombró al joven marinero alemán Joseph B. Mauch como la persona encargada de escribir el diario de a bordo del capitán. De esta manera, Meyers podría realizar su trabajo como meteorólogo. Estaba claro que después de todo el gran vencedor había sido Bessels, porque a partir de ese día Hall renunciaría a los estudios científicos que tanto le gustaban. Y Bessels y su cuerpo científico, tendrían la libertad de recolectar los especímenes, huesos, rocas y artefactos nativos que Hall tanto anhelaba. Pero esta situación de aparente calma, volvería en pocos días a convertirse en una nueva tormenta humana que se iría alargando con una lenta agonía.
A las seis de la mañana del viernes 11 de agosto, poco tiempo después de la llegada del Congress, el inspector de la colonia Krarup-Smith, llegó a Godhavn acompañado por algunos miembros de la tripulación del Polaris que lo habían ido a buscar navegado valientemente a remo, en un viaje que les llevó a recorrer unas 175 millas, sorteando los hielos y a veces venciendo el fuerte oleaje de la bahía de Disko. Una vez el inspector fue localizado e informado, decidió regresar enseguida a Godhavn para ayudar a los expedicionarios.
El almacén de la Compañía del Comercio Real de Groenlandia fue puesto a disposición de los exploradores para almacenar carbón y la tripulación de la corbeta Congress comenzó inmediatamente a descargar las provisiones. Hall le comentó a Krarup-Smith que necesitaba para su expedición contratar al cazador inuit Hans Hendrik y a Peter Jensen, un danés que ya había sido contratado por Hayes en su expedición al Polo Norte (1860-1861) como cazador, intérprete y conductor de trineo de perros. Ambos estaban al servicio del gobierno danés. El inspector le respondió que debía entrevistarse con el administrador de la colonia de Upernavik, el Dr. Christian Nicolai Rudolph (1811–1882) para poder cumplir con sus deseos. Y añadió que no deberían retrasarse mucho puesto que le habían comentado que el señor Rudolph estaba a punto de abandonar Upernavik, y regresar a Dinamarca en un barco danés cargado de grasa y de pieles que la colonia había ido almacenando durante el año anterior. Así pues no había tiempo que perder.
Los siguientes días estuvieron ocupados en descargar los suministros del Congress y cargarlos en el Polaris, al margen de dejar un depósito en los almacenes de la colonia de Godhavn. Finalmente, el 17 de agosto ya estaba todo listo para que unos regresaran a casa y otros se fueran hacia el Polo Norte. En el último momento subieron siete perros groenlandeses al Polaris que Hall había comprado. Tras un último oficio religioso de despedida a cargo del reverendo Dr. John Philip Newman, y un discurso de conciliación del capitán Davenport, ambas tripulaciones se despidieron, haciendo igualmente lo propio con el amable inspector y su esposa y con la familia del administrador colonial.
El Polaris tomó rumbo hacia Upernavik y el Congress navegó hacia el sur. Y a medio camino se fueron apagando las voces y los vítores procedentes de ambos barcos. El clima era bueno aunque se encontraron muchos icebergs por todas partes y las embarcaciones debieron sortearlos. Desde la bitácora de su nave, el capitán Davenport miraba como se alejaba el barco de Hall, y mientras estaba sumido en sus pensamientos sobre la valentía de aquellos hombres dispuestos a penetrar en las mismísimas entrañas del Polo, a pesar de los problemas existentes a bordo, observó como el Polaris iba dejando tras de sí una sucia cola de humo negro: aquello era un mal presentimiento. En aquellos momentos, Hall no sabía que antes de salir de Godhavn alguien había manipulado la maquinaria del barco; tenían un saboteador a bordo, y encima se dirigían hacia el Polo. Los navíos finalmente se perdieron en la línea del horizonte. Nunca más volverían a encontrarse.
12.- ¡El USS Polaris, un viaje sin retorno!
Al poco de salir del puerto de Godhavn y de despedirse para siempre del Congress, la tripulación del USS Polaris que estaba en cubierta, empezó a ver en el horizonte unas cordilleras montañosas coronadas con nieve en sus cimas y que aparentaban un extraño salvajismo. Poco tiempo después se dieron cuenta que realmente se trataba de un espejismo. Estaban contemplando el fenómeno de la Fata Morgana, una ilusión óptica que se debe a una inversión de temperatura. Durante más de media hora estuvieron viendo montañas donde realmente no las había. A medida que el suave viento del este empezó a refrescar a los hombres, la neblina lechosa de la atmósfera fue desapareciendo y frente a ellos surgió finalmente, y con claridad, la costa groenlandesa con sus acantilados oscuros de basalto.
A medida que el barco navegaba hacia el norte, el número de icebergs fue aumentando y algunas ballenas jorobadas aparecieron muy cerca del barco. Vieron los contornos de la península de Nuussuaq y pasaron la latitud del fiordo de Uummannaq. Poco antes del mediodía del día siguiente, dejaron atrás el promontorio de Svartenhuk Halvø y superaron los 72º de latitud norte; se estaban acercando a Upernavik, su próxima parada.
Dos horas antes de medianoche avistaron la silueta de la isla Qaarsorsuaq, y oyeron como el mar rompía su llanto y rugía con fuerza dejando una estela de espuma como testimonio de su enfurecimiento al chocar con los arrecifes.
A medida que se iban acercando a su destino la niebla los fue engullendo hasta sus entrañas, dificultando la visión de aquellos hombres. De vez en cuando oían un golpe limpio en la parte inferior del casco del barco, provocado por el contacto con algún pedazo de hielo y trozos de madera a la deriva. Poco tiempo después consiguieron ver Sandersons Hope, una montaña de 1.042 m de altitud, localizada en la parte occidental de la isla Qaarsorsuaq, en el archipiélago de Upernavik. A partir de aquí fueron maniobrando con cuidado para evitar chocar con la multitud de arrecifes y rocas que iban apareciendo a su alrededor. Aunque ya hacía varios días que no había sol de medianoche en la latitud donde estaban, tenían luz suficiente para poder navegar entre las islas que encontraban a su paso y los obstáculos rocosos que se hallaban semihundidos en el mar. Finalmente, a las 1.30 de la madrugada del 19 de agosto, el USS Polaris echaba el ancla en el puerto de Upernavik. En poco más de treinta y tres horas habían recorrido 225 millas.
Todavía era muy temprano cuando Hall fue a tierra para hablar con el gobernador de la colonia, el Dr. Christian Nicolai Rudolph. Tras leer la carta que le había entregado el comandante, y que había sido escrita en Godhavn por el inspector Krarup-Smith, Rudolph informó a Hall que el cazador inuit Hans Hendrik vivía ahora en Prøven (actualmente su nombre nativo es Kangersuatsiaq), en un asentamiento ubicado en otra isla y situado a unos 50 km, en línea recta, más al sur de Upernavik. Ahora estaba trabajando allí como maestro en la escuela local, aportando su sabiduría y sus conocimientos como cazador inuit. Respecto a la otra persona que necesitaba Hall para completar su expedición, el danés Peter Jensen, en esos momentos ocupaba el cargo de recaudador de impuestos de la colonia y vivía en la isla de Tasiusaq, situada a unos 60 km más al norte. El administrador se ofreció a escribir una larga carta en groenlandés en la que esperaba persuadir con sus palabras a Hans para que acompañara a Hall en su expedición al Polo Norte.
Escribió también otra carta en danés para que fuera entregada al administrador de Prøven dando su autorización para que Hendrik pudiera marcharse. Ambos despachos fueron sellados y entregados a un cazador local, junto con la carta que había escrito el hermano de Suersaq, en Fiskenæsset. El inuk se marchó deprisa, llegó hasta la playa, cogió su kayak y navegó unas 50 millas hasta llegar Prøven, para llevar las cartas a sus destinatarios. Mientras esto sucedía, el gobernador escribió otra carta en danés dirigida a Jensen que le fue entregada a otro indígena para que hiciera lo propio y se la llevara en su kayak hasta Tasiusaq. Debían avisar con antelación a ambos hombres para estuvieran listos para partir, sin demora, una vez fueran recogidos en las poblaciones donde residían. Por su lado, el comandante llamó a Hubbard Chester, su primer oficial, para que eligiera a unos hombres para ir a Prøven a buscar a Hendrik a mediodía; no podían perder más tiempo.
Según las propias descripciones de Bessels y Hall, en Upernavik había veintidós viviendas entre casas y chozas, ocupadas por unas 60 personas, y que se elevaban a un cuarto de milla desde la orilla. Ninguno de los edificios del gobierno, que eran más pequeños que los de otros asentamientos que habían visitado anteriormente, poseía más de un piso. El pueblo tenía también una iglesia poco adornada y rústica. Detrás del asentamiento, en la cresta de una ladera, estaba el cementerio que se divisaba desde lejos gracias a las cruces. Debido a la dureza del suelo y a la escasa vegetación, los ataúdes no estaban enterrados bajo tierra sino depositados en la superficie y tapados con rocas. Aquello daba más aún un tono lúgubre que navegaba entre las sensaciones de tristeza y soledad. Otro aspecto que sorprendió a los exploradores fue que el pueblo parecía aparentemente menos limpio y ordenado respecto a las colonias que habían visitado más al sur.
En Upernavik todo parecía tranquilo hasta que la noche del 19 de agosto sucedió algo que intuían muchos miembros de la tripulación desde la salida del Polaris de la población de Godhavn. Las calderas especiales diseñadas para quemar aceite de foca y grasa de ballena desaparecieron, al parecer alguien las había tirado por la borda. El saboteador estaba dispuesto a impedir que la expedición continuara hacia el Polo Norte. Aquello suponía un duro revés para Hall que iba a contrarreloj y que veía como a medida que marchaba más hacia el norte, su sueño se alejaba cada vez más del Polo. Era como intentar avanzar retrocediendo a cada paso. Pero las sorpresas no acabarían aquí.
El 20 de agosto, hacia las 8 de la tarde, la ballenera con Hubbard Chester al mando regresaba a Prøven remolcando un kayak; en poco más de 24 horas, el primer oficial había cumplido con su cometido. Al ver acercarse ambos botes al USS Polaris, Hall y Bessels se quedaron perplejos. El marinero de cubierta iluminó las dos embarcaciones con su farol porque no se creían lo que veían sus ojos. Gracias al reflejo de la luz, pudieron ver cinco caras redondas que les observaban con timidez. A continuación subieron todos a bordo y Chester le explicó al capitán Hall lo que había sucedido. Había encontrado a Hendrik en Prøven quién había aceptado unirse a la expedición. Sin embargo, al día siguiente, cuando debían regresar a Upernavik se encontró con la sorpresa de que el cazador iba acompañado por su familia, sus perros y todos sus enseres. Solo en casos excepcionales, los inuit en el pasado viajaban sin sus familiares, pero para Suersaq, llegar al Polo Norte no era algo extraordinario, y tenía una relativa importancia. Además, ya había hecho lo mismo anteriormente, cuando en 1860 subió a bordo del USS United States, con su esposa y su hijo pequeño, a pesar de la negativa de Dr. Isaac Israel Hayes.
Hall estaba dubitativo, aquello suponía cuatro bocas más que alimentar y que aportarían poco o nada a la expedición. Suersaq se adelantó a la decisión, estrechó la mano del comandante y a continuación le presentó a su esposa Mequ, a sus dos hijas Augustina de 12 años y Succi de 4 años, y finalmente a su hijo Tobias de 9 años. Luego Suersaq continuó saludando a los oficiales de a bordo hasta que le tocó el turno a William Morton. En un primer instante, Suersaq no reconoció al camarero de Kane, estaba muy envejecido y habían pasado diecisiete años de aquella expedición en la que ambos alcanzaron el canal de Kennedy y el cabo Constitución, y donde las aguas abiertas impidieron que pudieran avanzar más hacia el norte. Entonces Morton, ante la impasividad del inuk, le cogió su mano derecha. A resultas de una explosión accidental de pólvora durante la expedición de Kane, le había quemado su mano dejándole unas cicatrices profundas. Morton pasó sus dedos sobre esas cicatrices. Al instante Suersaq reconoció a su viejo compañero, y señalando el pelo y la barba del marinero se disculpó por no haberlo reconocido antes. Los dos hombres se abrazaron calurosamente y se volvieron a estrechar la mano, mientras las lágrimas humedecían los ojos del viejo explorador, recordando aquel viaje que hicieron juntos y que les pudo costar la vida.
Finalmente, y a regañadientes, Hall aceptó que subieran a bordo Hans y su familia al completo. Más tarde, también fueron presentados a Suersaq y su familia, los inuit que eran originarios de la Tierra de Baffin y que por lo tanto pertenecían a tribus distintas: Ipiirvik, Taqulittuq y Punny. El comandante pensó al instante que quizá no fuera tan mala idea que las dos mujeres inuit, Mequ y Taqulittuq se encargaran de confeccionar las ropas de pieles para que sus hombres pudieran hacer frente al terrible invierno ártico. Eso sí, también sabía que la única utilidad que podían tener los niños era su desarrollado talento para comer y llorar.
La expedición ahora la conformaban treinta y tres personas y todavía faltaba una, el danés Peter Jensen, que finalmente acabaría negándose a ir. Ya habían cargado doce perros groenlandeses más en el barco y el USS Polaris estaba presto para salir. Finalmente, a las 10.30 de la noche, la cual todavía dormía en la luz del día, Hall y sus hombres se despidieron de Upernavik, era el último vínculo que les quedaba con la civilización.
Al poco de dejar Upernavik, se pararon en la isla de Kingiktok. Hall cogió un bote para remar hacia la orilla para intentar negociar con los inuit que vivían allí, y conseguir más perros y pieles para la expedición. Mientras tanto, un umiak repleto de indígenas se acercaba hasta el USS Polaris y subían a bordo invadiendo la cubierta y curioseando todo lo que encontraban a su paso. Poco tiempo después, Hall regresó al barco con once canes y algunas pieles más de foca y de perro que habían conseguido comprar a los habitantes de Kingiktok. Los nativos que estaban en el barco regresaron al umiak y de esta manera Hall y sus hombres tomaron rumbo hacia el norte. Sin embargo, aquella última noche, después de la cual se quedarían solos en su camino, dejaría un misterio que jamás se resolvería.
El USS Polaris navegaba ahora a través de un mar que parecía un espejo confundido por las islas. El coro de perros groenlandeses comenzó dibujando sus aullidos en el cielo. La tripulación cantaba una canción nacida de las almas marinas. Apenas se oía el latido del motor o el chasquido de un tornillo. Las oscuras masas de humo que desprendía el barco flotaban como fantasmas que besaban el cielo. Las nubes blancas bailaban reflejadas en el mar, mientras una multitud de hielos acariciaban las olas y veían como se erosionaban sus cuerpos. A medida que el sol fue bajando hacia el horizonte, las sombras empezaban a teñir de oscuridad los picos nevados del sur. El glaciar de Upernavik mostraba su cara helada, agrietada y fría mientras el mar adquiría un azul oscuro insultante y profundo que coloreaba los acantilados rocosos y estériles. El aire claro y puro incendia el horizonte con llamas de un rojo intenso. Aquella fue, sin duda, la noche más hermosa que experimentaron los exploradores en la «Groenlandia civilizada».
Había tanta tranquilidad y tanta paz, que hasta el arco iris se atrevía a mostrar sus mejores colores, entre el vapor emergente de las calderas del USS Polaris, y los rayos del sol que luchaban por permanecer en aquellos confines desolados de la tierra. Sin embargo, mientras esto sucedía, el saboteador vertía al mar buena parte del aceite de ballena y de foca que debía ser usado como combustible, dejando tras de sí los sueños y las esperanzas de un comandante y un presidente y también de toda una nación. A partir de aquel momento, solo el carbón que llevaban en la bodega podría hacer funcionar los motores o calentar las habitaciones de la tripulación. Una vez éste se agotase, el Ártico, con todo su poderío e imprevisibilidad, engulliría a los exploradores y los llevaría a una tragedia que acabaría convirtiéndose en el viaje polar más extraordinario de la historia.